Desperta Ferro Antigua y Medieval cumple ya su número cincuenta, cincuenta números y ocho años de aventura, de discurrir por los caminos de nuestro pasado, ora estrechos como trochas de montaña, ora amplias avenidas como la vía Apia cuando se acerca a Roma. Es este un viaje en el que vamos dibujando el mapa según avanzamos, como exploradores de antaño, plantando hitos que chocarían sobre una carta tradicional, como la travesía del desierto que fueron nuestros primeros años, las montañas a escalar con cada una de las nuevas cabeceras o los fortines que son nuestras oficinas, sus murallas levantadas con libros y más libros, tras las que esperamos a los bárbaros con el refuerzo sin desmayo de nuestros lectores. Como ellos saben, la cartografía es una parte fundamental de Desperta Ferro, por lo que hemos querido celebrar este aniversario regalando un mapa de 84×59 cm del mundo romano, basado en la célebre Tabula Peutingeriana, que sale directamente del scriptorium de Carlos de la Rocha, nuestro maestro de portulanos y mapamundis.
ORBIS ROMANVM – MCXXXI AB VRBE CONDITA es un mapa del mundo romano en el año de la batalla de Adrianópolis, el 378 anno domini, o 1131 según el calendario romano, que contaba los años desde la fundación de Roma en 753 a. C. Para su confección hemos empleado una base geográfica actual, pero la inspiración estética y buena parte de su contenido vienen de la conocida como Tabula de Peutinger o Tabula Peutingeriana, el Codex Vindobonensis 324, guardado en la Biblioteca Nacional de Austria, en Viena. La Tabula Peutingeriana reproduce un mapamundi o un itinerarium pictum romano, sobre un rollo de pergamino muy largo y estrecho, 675 por 34 cm, que fue dividido en segmentos para facilitar su conservación, de los que actualmente solo se conservan once. Aunque su elaboración ha sido tradicionalmente atribuida a un monje dominico del convento de Colmar en Alsacia, donde sabemos que en 1265 se confeccionó un mapamundi sobre doce páginas de pergamino, los estudios paleográficos sugieren una fecha anterior, del siglo XII o de comienzos del siglo XIII. En efecto, en la Tabula Peutingeriana se emplea la caligrafía carolingia –en uso entre 800 y 1200– y no la minúscula gótica propia del siglo XIII. En cualquier caso, su lugar de confección sí parece haber sido algún cenobio de Suabia o Alamania, los actuales sudoeste de Alemania o norte de Suiza, como indicaría la mención y dibujo de la silva Marciana –la Selva Negra– y la silva Vosagos –los Vosgos–, los únicos bosques reflejados en la Tabula. Lo mismo indicarían los topónimos Francia, Suevia, Alamannia, que son los únicos que se asignan a pueblos bárbaros, mientras otros se identifican con el etnónimo, no con una región.
El nombre de la Tabula Peutingeriana procede del humanista alemán Conrad Peutinger, que en 1508 heredó el documento de Conrad Celtes, bibliotecario del emperador Maximiliano I, sin que sepamos dónde la encontró, aunque se ha sugerido el monasterio de Reichenau, en una isla sobre el lago Constanza. Peutinger reunió una gran colección de libros, y en su haber está la primera recopilación de inscripciones romanas (Inscriptiones Romanae) y las primeras impresiones de la Gética de Jordanes y la Historia Langobardorum de Paulo Diácono. La primera publicación de la Tabula Peutingeriana hubo de esperar hasta 1598, a cargo de Markus Welser, pariente de la familia Peutinger.
La Tabula Peutingeriana: el único mapamundi romano que nos ha llegado
El prototipo romano de la Tabula Peutingeriana sería un mapamundi o un itinerarium pictum confeccionado entre los años 335 y 366, aunque es este un punto sujeto a debate. Esta datación viene sugerida por la importancia que en el mapa tienen tres ciudades, Roma, Constantinopla y Antioquía, las únicas con tres personificaciones, y que se ilustran además con monumentos famosos: en el caso de Roma, un tramo de la Via Triumphalis que llevaba a San Pedro; en el de Constantinopla, la columna de Constantino; y en el de Antioquía, el templo de Apolo en Dafne y su manantial. La construcción de San Pedro comenzó entre 326 y 333, Constantinopla fue fundada como una segunda Roma en 330, en el emplazamiento de la antigua Bizancio, mientras que Antioquía se convierte desde mediados del siglo IV en el eje del Oriente romano, bastión contra la Persia sasánida. El templo de Apolo de Antioquía fue quemado en 362, lo que podría indicar un terminus ante quem para la confección del prototipo de la Tabula. Pero las cosas no son tan sencillas, ya que quizá el edificio antioqueno del mapa sea otro, y no ese templo. Tampoco hay excesivas referencias cristianas, y las que hay, como la basílica de San Pedro o la alusión a los cuarenta días que los israelitas deambularon con Moisés por el Sinaí, podrían ser adiciones de los copistas medievales y no estar en el original. Esta escasez de referencias bíblicas nos parece clave frente a la teoría, poco aceptada, de que la Tabula Peutingeriana es en realidad un mapa confeccionado en época carolingia en base a itinerarios romanos, al hilo de la reclamación de Carlomagno del Imperio y su entronización en Roma.
De hecho, el análisis de los topónimos de la Tabula Peutingeriana indica que estamos ante un documento que mezcla datos de épocas diferentes. Así, los nombres de lugares son los que habitualmente se empleaban antes de la época de Diocleciano y la Tetrarquía (293-305), salvo la excepción de Constantinopla, lo que la relacionaría con el Itinerario Antonino, un documento de época de Caracalla (reg. 211-217) que recoge las vías del Imperio romano. Sin embargo, aparecen también lugares que ya no existían en el siglo III, como Herculano o Pompeya, destruidos por la erupción del Vesubio el año 79. La relación con un itinerario viario parece evidente, dado que la red de topónimos de la Tabula encaja como etapas en una ruta de viaje, más que simplemente marcar emplazamientos. Lo mismo indica el que los nombres de lugares no aparezcan en nominativo, como por ejemplo en la Geografía de Ptolomeo, sino en una pluralidad de casos –acusativo, ablativo, locativo–, como si fueran elementos de una frase que rezase «de aquí a aquí X millas».
La Tabula Peutingeriana es por tanto un mapa de caminos, en el que se dibujan las principales vías en rojo, empleando líneas rectas, totalizando unas 70 000 millas romanas, lo que son 104 000 km. Las distancias entre lugares suelen estar indicadas en el mapa, normalmente empleando la milla romana, aunque para la Galia se usa la liga gala, para Persia la parasanga y para la India –que hemos dejado fuera de nuestro mapa– la milla india. Las proporciones de la Tabula –675 cm de largo por 34 cm de ancho– hacen que las distancias este-oeste estén representadas en una escala mucho mayor que las distancias norte-sur. Esto se debe a que probablemente el mapa se elaboró sobre un rollo de papiro, que se transportaba en una caja circular –capsa–, lo que limitaba su ancho pero no su largo. También se ha sugerido que quizá el mapa original decorase el ábside de la basílica del palacio de Diocleciano en Spoleto, en base a las medidas de dicho ábside –7 m– y la disposición de Roma en el centro del mapa.
Como hemos comentado, se conservan once fragmentos de la Tabula Peutingeriana, ya que esta comienza en su primera hoja con un fragmento del sudeste de Britania, la zona oriental de los Pirineos, parte de la Galia, el norte de África y Córcega y Cerdeña. La hoja anterior, que habría representado las partes que faltan de Britania, Hispania y África, estaría ya perdida cuando se realizó la copia medieval. Aquí hemos seguido la reconstrucción que Miller realizó en 1898 de ese segmento en base al Itinerario Antonino. Algunos autores piensan que Roma habría ocupado un papel central en la Tabula, por lo que en ese caso habría que pensar en tres segmentos más en la parte occidental, hoy perdidos. En el segundo segmento continúan la Galia y África, y aparece Germania en la zona superior. En el tercero, se muestran los Alpes y la Galia transalpina, con África al sur, mientras que el cuarto se dedica Italia central, con Roma como centro al que llegan todos los caminos, en una red radial de doce vías con sus respectivos rótulos: Via Appia, Latrina, Labicana, etc. Roma es representada por un varón coronado y sentado sobre un trono, con centro y orbe en las manos. El quinto segmento recoge el centro y sur de Italia, con Mesia al norte y África al sur. En el sexto segmento aparecen la bota de la península itálica, Sicilia y Grecia. En el siguiente segmento continúa Grecia y aparecen al sur Creta y la Cirenaica, mientras que en el octavo se muestra Constantinopla, Anatolia y el delta del Nilo. Constantinopla se personifica en una mujer sobre un trono, acaso la Tyche –Fortuna– de la ciudad. El segmento noveno es el dedicado a Palestina, Antioquía y Chipre, y el décimo a Mesopotamia, mientras que el último refleja el mar Caspio, la India y, en la esquina inferior derecha, la isla de Taprobana, nombre antiguo de Ceilán. Llegados a este fin del mundo, la Tabula Peutingeriana señala el lugar donde Alejandro encontró en un oráculo la respuesta a su inextinguible deseo de seguir siempre adelante: Hic Alexander responsum accepit: Usq(ue) quo Alexander.
Iconos cartográficos y toponimia
Además de las vías y las distancias, la Tabula Peutingeriana muestra ciudades, puertos, faros, altares, silos, baños termales, estaciones de posta, faros, ríos y cordilleras, empleando una plétora de iconos cartográficos para señalar esos hitos. Las cordilleras vienen marcadas en marrón claro y los ríos, lagos y mares en verde, y ya hemos mencionado las personificaciones de Roma, Constantinopla y Antioquia. Entre los puertos destaca el de Ostia, con un perfil que recuerda el diseño hexagonal de Apolodoro de Damasco, tal y como le encargó Trajano y que conocemos por acuñaciones de este emperador. Entre los faros, señalar el de Brigantia, la todavía en pie Torre de Hércules en La Coruña, y el archifamoso Faro de Alejandría, el «faro» por antonomasia.
Los baños –aquae– se representan con un edificio cuadrado con un patio, y a veces con dos torres, como por ejemplo en Aquis Sestis, la actual Aix-en-Provence. Los silos –horrea– están marcados como edificios rectangulares con tejado a dos aguas, y se trata de un símbolo importante si tenemos en cuenta los posibles usos militares de un mapa como este, a tenor de lo que dice Vegecio en su De re militari III.6.4 (trad. D. Paniagua, Ed. Cátedra):
En primer lugar, el comandante debe tener itinerarios lo más minuciosos posible de todas las regiones en las que se desarrolla la guerra para poder conocer perfectamente no sólo las distancias en millas entre los lugares sino también la calidad de los caminos, y para poder evaluar con fiabilidad los atajos, los caminos secundarios, los montes y los ríos allí descritos. Y hasta tal punto esto es así que se asegura que los comandantes más concienzudos tenían no solo guías de ruta anotadas de las provincias en las que se producía la alerta sino incluso guías con representaciones gráficas, de forma que podían elegir la ruta que iban a tomar no sólo con una estimación mental sino con la propia valoración visual del terreno.
La mayor parte de los asentamientos solo están marcados en el mapa con el nombre, pero los más importantes son además distinguidos con un icono. Existe una gran variedad de estos y no parece seguirse un criterio uniforme. Así, hay algunas ciudades importantes que se dibujan amuralladas, como Aquilea, Rávena, Tesalónica, Nicea o Nicomedia, y otros como Alejandría o Cartago no. De hecho, extraña que estas dos importantes ciudades no tengan una representación simbólica. Las más modestas se señalan con una especie de dos «casitas» juntas, como en Tarracone o Corduba, y a veces amuralladas, como Mogontiaco, en el limes renano.
Como ya hemos indicado, los topónimos en la Tabula Peutingeriana responden a diferentes épocas, y si a eso le añadimos que no aparecen nombrados en nominativo y le superponemos la transcripción medieval, nos encontramos con que muchos nombres de lugar no concuerdan exactamente con el nombre clásico que esperaríamos. Caso por ejemplo de Barcino, la actual Barcelona, que en la Tabula es Barcenone, o de Cartago, que aparece como Cartagine col., esto es, la colonia de Cartago. Y no hay que olvidarse de que en los scriptoria medievales hacia de las suyas Titivillus, el demonio de los errores ortográficos; por ejemplo, el copista de la Peutingeriana se equivocó al transcribir el río Liger –el Loira– como Riger, algo que corrigió un copista posterior al añadir una L mayúscula al nombre. Titivillus es también buen amigo del maestro de la Rocha, así que os pedimos indulgencia si en este o cualquier otro de sus mapas ese travieso diablillo desliza algún pequeño error.
Nuestra elaboración y nuestras licencias
A la hora de confeccionar nuestro ORBIS ROMANVM – MCXXXI AB VRBE CONDITA, mapa del orbe romano alrededor del año 378, no hemos querido hacer una simple copia de la Tabula Peutingeriana, que además habría sido impracticable por su gran longitud, ¡casi siete metros! Hemos, en cambio, optado por dibujar una base geográfica de Europa y el Mediterráneo acorde a los conocimientos actuales, pero manteniendo el estilo de la Tabula, por lo que verás un literal de contornos gruesos y poco definidos. Sobre esa base hemos escogido entre la pléyade de topónimos recogidos en el original para quedarnos solo con los lugares más relevantes, ya que a la escala en la que hemos trabajado sería imposible incluirlos todos. Para cada uno de ellos se ha colocado el icono cartográfico empleado en la Tabula Peutingeriana. Como señalábamos un poco más arriba, verás que muchos topónimos no se corresponden a su forma clásica, pero hemos querido dejarlos así para ser más fieles al original. También hemos sintetizado la red viaria, dibujando en rojo las calzadas más destacadas, y que ya evidencian la densísima trama de comunicaciones que recorría todas las provincias del Imperio. En el ORBIS ROMANVM hemos tenido que prescindir también de las indicaciones de distancia entre los diferentes puntos que recoge la Tabula Peutingeriana, dado que no hemos incluido muchos lugares, que sirven como etapas, y porque además resultaría demasiado abigarrado. Pero si tienes curiosidad por conocer esa información, así como los días que tardarías viajando entre dos lugares del mundo romano, te recomendamos que eches un vistazo a la magnífica página Omnes Viae, que además contiene una copia digital de la Tabula a gran resolución.
En la Tabula Peutingeriana aparecen algunas didascalia, esas aclaraciones o anotaciones tan propias de los mapas medievales. Hemos mantenido aquellas que nos han parecido más curiosas, como por ejemplo la que señala el lugar donde nacen los cinocéfalos (Hic cinocepahli nascuntur) o la que marca la frontera entre Roma y Persia en el desierto arábigo. Otras, que en el original aparecen en segmentos no recogidos en nuestro mapa, las hemos desplazado para poder incluirlas; es el caso del lugar donde nacen las sierpes (In his locis serpentes nascuntur) o del oráculo a Alejandro, que hemos colocado en los confines donde Europa y Asia se unen. Además de a esos cinocéfalos que la Tabula sitúa en la costa del Sinus Arabicus, el actual mar Rojo, nosotros hemos añadido a nuestro ORBIS ROMANVM algunas de las razas monstruosas que recogían los geógrafos clásicos: los blemias, los esciápodos, la manticora, los nuli, los arimaspos o los hiperbóreos. Para representarlos hemos cogido miniaturas del manuscrito MS. Ludwig XV 4, conservado en el Museo Getty y que recoge obras de tema diverso –De Natura Avium, De Pastoribus et Ovibus, Bestiarium, Mirabilia Mundi y Philosophia Mundi–. Los folios 117r a 120r del manuscrito recogen algunas razas monstruosas, y beben de la Historia Natural de Plinio el Viejo y del Physiologus, un anónimo alejandrino redactado alrededor de 400 y que recoge descripciones de bestias y criaturas fantásticas en clave moralizante. Estas miniaturas fueron elaboradas entre 1280 y 1300 en algún monasterio del norte de Francia, acaso Saint-Omer, y su estilo y época no desentona pues con el de la Tabula Peutingeriana. Otra licencia que nos hemos permitido es la inclusión de un monstruo marino, un tritón, que pugna con un barco, una miniatura que procede del folio-117v del Salterio de Stuttgart, un manuscrito iluminado carolingio de alrededor de 830. Según Plinio (Nat. Hist. IX.9), una embajada de Olisipo –Lisboa– comunicó al emperador Tiberio que se había visto un tritón, que hacía sonar una concha en una cueva, y quién somos nosotros para contradecir a ese sabio.
Si un mapa es una representación gráfica de una concepción mental, la proyección de una idea del mundo, el ORBIS ROMANVM muestra cómo este era visto un romano del siglo IV. Una oikumene, un mundo ordenado, conocido y comunicado alrededor del Mediterráneo, en cuyos bordes amenazan los otros, sean estos bárbaros ululantes, sean cinocéfalos de cabeza de perro y hábitos caníbales. El monstruo, siempre acechante allende la frontera…
Muy buen artículo, muy interesante y enhorabuena por el gran trabajo realizado con la versión moderna!.
Un par de detalles que no he podido evitar fijarme y por si son erratas, por colaborar.
Por un lado, ¿tiene menos referencias a lugares en ruta que el original no? Por ejemplo, veo Salmantica (Salamanca, la Helmántica romana) en el mapa original, pero no en la reproducción que habéis hecho.
Igualmente, tenéis situada Miróbriga al sur de Toledo, pero Miróbriga es Ciudad Rodrigo, al oeste de Salamanca.
Siendo un mapamundi son detalles menores, es un trabajo genial el que habéis hecho.
Un saludo
Jesús Jaraíz
Estimado Jesús
Efectivamente el mapa no representa todos los topónimos que aparecen en la obra original. Por espacio resulta del todo imposible. Nosotros volcamos solo unos cientos de ellos, cuando en la Tabula más de 3300 de toda índole. Precisamente para Hispania y buena parte de la Galia no existe mapa de referencia, pues se ha perdido la parte de la Tabula que las representa. Por ello, para rellenar esta laguna, se ha debido de echar mano de diferentes geógrafos latinos. La Miróbriga que señalas (hay varias en la Península) viene referida en la obra de Plinio el Viejo, del siglo I.
Un saludo cordial
Carlos de la Rocha
Como bien sabemos, Hispania y Galia se perdieron al ser la parte exterior del mapa. Entonces ¿Por qué no habéis hecho referencia a Flaviobriga o Iuliobriga y si otras entidades de población y sitas en lugares similares como Oiasso y Luculus Asturum?
Estimado lector, la respuesta va en la línea de lo que coméntamos antes. Cómo sabes, no se conserva la parte de la Tabula dedicada a Hispania, y lo que Miller (y nosotros) hizo es una reconstrucción en base al Itinerario Antonino. Nuestro mapa no recoge los más de 3000 topónimos que aparecen en la obra original, ya que por espacio resulta del todo imposible. A la hora de realizar un mapa cómo este ORBIS ROMANORVM hay que tener en cuenta factores estéticos y de espacio, y eso nos ha condicionado también. Para mapas con información a raudales, los del interior de nuestras revistas 😉
Un saludo cordial
¿Por qué se llama ORBIS ROMANVM y no «ORBIS ROMANORVM» o incluso ORBIS ROMANVS», que sería lo correcto? ¿Es una errata?